PONERSE LOS PANTALONES

Pilar Merino

Johnny Guitar

Nicholas Ray

1954, EE. UU.

Es difícil acercarse a los clásicos con la reverencia suficiente para no profanar la categoría alcanzada manteniendo a la vez la mirada limpia. Y también el talante un poco desvergonzado del buen degustador de celuloide que fuera capaz de delimitar, sin malicia, aquello que chirria con el paso del tiempo. Porque, ¿quién podría decir que al Partenón le vendría bien un mejor alicatado?, ¿ quién sostener que El Quijote, lectura obligatoria para los adolescentes, incluso los de hoy en día, se hace muy cuesta arriba?

Johnny Guitar es uno de esos monumentos delante de los cuales hay que “sacar el reclinatorio”, que diría Jose Luis Garci. Garci, denostado por muchos pero acertado como pocos con esta sentencia. Las frases de esta película, lapidadas en piedra, “¿ A cuántos hombres has olvidado?”, “A tantos como mujeres recuerdas”, o los atuendos de Vienna, esos pañuelos rojos o amarillos reforzados por la tecnología del Trucolor, proceso cinematográfico utilizado por Consolidated Pictures para los westerns. ¿ Qué decir de esta película sin arriesgarse a caer en el papanatismo manido o exponerse a la dentellada inmisericorde del cinéfilo fanático de pro?

Para empezar Johnny Guitar fue un empeño de Joan Crawford que, gracias a la serie Feud, ya se sabe cómo se las gastaba. No hay que criticar que las actrices, en un mundo despiadado de machos al trote, tuvieran que sacar las p…istolas, y toda la artillería pesada, para lograr ser tenidas en cuenta. Aunque ciertamente hoy en día es difícil digerir que los diversos cambios de vestuario “casuales” tengan un resultado tan impecable. Vienna, la protagonista, sufre todo tipo de percances que le hacen calarse en los ríos o escapar arriesgadamente de los sitios y debe coger para cambiarse todo aquello que está diseminado en los diversos lugares donde se refugia, ropa de hombre, claro está. Pero los pantalones le quedan como un absoluto guante, además de contar con un surtido de pañuelos, a contraste, que ya lo hubiera querido la mismísima Iris Apfel.

También está la cuestión de las localizaciones y los trucos en escena. Hay en Johnny Guitar muchas persecuciones en zonas escarpadas del salvaje oeste, bueno, en realidad se trata de la misma zona todo el rato, y, desgraciadamente, en la visualización se observa algún que otro plano repetido en ese afán persecutorio- por falta de medios o por culpa algún descuido no percibido en el montaje- este problema es similar a lo que sucede hoy en día con la puesta en escena de algunas óperas y es que el espacio del que se dispone es muy limitado y eso hace que parezca que los cowboys entran y salen y suben por las rocas de la cascada como si estuvieran en la función de final de curso de su colegio. El giro final donde salen las sogas a relucir, seguramente proporcione un mayor sobresalto en la pantalla grande, aunque tampoco es seguro que los adolescentes que no saben nada del lugar de la Mancha donde nació el ingenioso hidalgo vayan a apreciarlo.

Vienna, la aguerrida luchadora, poseedora por méritos propios de una cantina que parece el templo de Hatshepsut en pleno Deir el Bahari, merece más. Para empezar que no le escamotearan el título de la película, aunque el libro tomara el nombre del protagonista masculino. Crawford, que era la que pagaba, debió poner más empeño en ello. Tampoco merecía enfrentarse con una pareja femenina, Mercedes McCambridge, en el papel de Emma Small, que parece una copia de fanfarrona matona como ella, pero en malo, pero es que no le dan ni un buen diálogo. Y ya puestos, desde luego, Crawford, en lugar de insistir en rodar en interiores a lo Sara Montiel con su perfil bueno, debería haberse concentrado en lo importante que era haberles cantado las cuarenta a Johnny Guitar y al Dancing Kid y haber esperado pacientemente a que llegara el ferrocarril.

Un comentario en “PONERSE LOS PANTALONES

  1. Me ha encantado (y divertido), Pilar, cómo plasmas tu visión desmitificadora, porque el calificativo de cine «clásico» derivado de cierta idea de canon mayoritariamente aceptado, no debe condicionar nuestra mirada crítica.
    Abrazo multicolor.

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